3. El desayuno

Pasó la noche dormida. Se quejó de un dolor de cabeza, espalda y del alcohol ingerido, al poco que su marido le tocara. Y no se quejó, porque él también había bebido. 

La despertó, para que al menos se duchasen juntos, y ella accedió. Pero insistió en qué el bajase primero, tras la ducha, un encuentro sexual pasional fugaz y rápido, y que cogiese asiento mientras ella se peinaba con secador y plancha. 

La espero abajo, eligiendo cafés, zumos y algunos pasteles proteicos especiales que se hacían en ese hotel, dirigido a deportistas y/o personas con esa actividad. Estaba feliz. Ella ya era su mujer. La única con quien estar.

Ella bajó, cauta y sintiéndose agradecida. La verdad, se había dicho mientras se peinaba, es que era feliz la vida que tenía  con su marido. Quizás no era él, ese hombre, pero le quería, de alguna forma. No era tan apasionada, ni vivaz, quizás incluso se veía más aburrida. Pero era muy inteligente, atractivo, culto y agradable con ella. Y sonrío cuando vió los pasteles "que no engordan" en su mesa, en su plato, y una servilletas con forma de pajarita en la que había escrito "Te quiero" mientras sonaban melodias de Woody Allen en la sala.

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